El cuento del cajero y el supermercado

Hoy traigo la primera y última  entrada del año. Es un cuento que escuché  hace años titulado  "El cajero y el supermercado".


Erase una vez un chico llamado Hugo que inventó  algo tan grande que no sabía cómo hacerlo llegar a la Humanidad. Conoció  entonces al dueño de un supermercado y le confesó  aquello que tanto le atormentaba: como hacer llegar su gran invento al resto de las personas. El dueño del supermercado le dijo  que él se lo fabricaría y se lo vendería, y que además podía trabajar allí de cajero. El chico se puso muy contento.

Convencieron a muchas personas para comprar aquel invento.  En ese tiempo, Hugo y el dueño del supermercado se hicieron grandes amigos. Hugo le decía a todo el mundo que su invento era el mejor, y que si lo compraban serían  felices toda su vida. Muchas personas confiaron en él.  Pensaron: un chico que parece saber tanto tiene que haber hecho un invento maravilloso.

Hugo les dijo a las personas que compraron su invento que el supermercado donde trabajaba de cajero lo tenía  que fabricar, y que en nueve meses lo tendrían en sus manos.

Pasaron los nueve meses y las personas que confiaron en Hugo y compraron su invento, acudieron al supermercado contentos para llevárselo. Hugo estaba  de cajero, y cuando le preguntaron les dijo que todavía  no estaba fabricado. Se había dado cuenta de que su invento podía ser mejor todavía,  y lo estaba probando con sus amistades. Quería  darles lo mejor y para ello, necesitaba más  tiempo.

- pasad dentro de tres meses - les dijo

A todos les pareció  bien. Total, si el invento iba a ser mejor todavía  y solo necesitaba tres meses más,  tampoco pasaba nada.


Pasaron los tres meses y la gente volvió  al supermercado. Hugo, que también estaba de cajero en aquella ocasión, les dijo lo mismo, pero esta vez les pidió  seis meses más. Su invento iba a ser la panacea para la Humanidad, pero necesitaba seguir probándolo para que fuese el mejor. Algún cliente protestó, pero la mayoría aceptó sabiendo que aquel tiempo iba a servir para que el gran invento de Hugo fuese lo que iba a hacerles felices toda su vida. 


Pasaron seis meses y volvió  a ocurrir lo mismo. Esta vez Hugo les dijo que ya les avisaría  él  cuando su invento estuviese preparado para fabricarse.


Pasó  el tiempo, un año, dos años, y los que confiaron en él  siempre obtenían  la misma respuesta: 

- Estoy probando mi invento porque tengo que mejorarlo. ¡será  lo mejor del mundo! - les decía. 


Pasaron tres años y el supermercado cerró. Una gran hambruna llegó al país y el dueño del supermercado no podía  hacer frente a los gastos que tenía.  Rápidamente Hugo contactó con aquellas personas que habían confiado en su invento y les dijo que como el supermercado había  cerrado ya no podría  fabricar su invento. Justo ahora que ya lo había terminado de mejorar. 

Muchas personas se echaron las manos a la cabeza, maldiciendo al dueño del supermercado. Algunas culparon a Hugo también,  por confiar en el dueño del supermercado para fabricar su gran invento. El chico les aseguró  que toda la culpa era del dueño del supermercado, al que él  apenas conocía, e incluso que la culpa era de uno de los fabricantes, porque todos eran malvados.


El final del cuento no está muy claro. Hay muchas versiones y yo, debido a mi avanzada edad, no recuerdo ninguna, pero cuando me lo contaron aprendí  dos cosas que se me quedaron grabadas para siempre: las ratas son las primeras que abandonan el barco cuando se hunde, y los incompetentes siempre buscarán un culpable para exculpar su incompetencia.


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