Mi propio mundo: La Ciudad del Olvido

Hace unos años empecé a escribir un juego de rol.  Lo dejé al poco.  La verdad es que no le veía futuro.  Demasiados universos en el rol que están ahí esperando salir a la luz.  El juego está ambientado en un universo diferente al nuestro.  Una mezcla steampunk, carnaval de Venecia, western y postguerra civil española... ¡vaya mezcolanza!  El otro día compartí lo que tenía escrito en el Discord que hemos creado a raíz de la futura asociación de creadores de rol, y hubo compañeros que me animaron a continuar.  Yo que lo había dejado por la cantidad de universos inventados que ya hay.  He decidido retomarlo aunque no como una prioridad, más bien un proyecto a medio o largo plazo.  Son 30 páginas de ambientación y quiero dejaros en esta entrada un pequeño extracto.  Espero que os guste:


La Ciudad del Olvido está dividida en cuatro barrios. De ellos el más antiguo es el “barrio viejo”. El barrio viejo es tan viejo como los hombres que habitan la Ciudad del Olvido o incluso más. Hay leyendas urbanas que dicen que fue construido por una especie de titanes ya desaparecidos. Sus casas, aunque más nuevas que el barrio, suelen tener más de cien años. Los edificios no tienen ascensor y la calefacción falla constantemente. Las calderas situadas en los sótanos de las casas, funcionan con carbón o leña, expandiendo un olor y humo que no todos aguantan de buen grado.

El barrio viejo es un barrio viejo como el de cualquier ciudad, solo que cada hora que pasa sus calles cambian de situación. Una esquina nueva, un rincón que antes no estaba o una calle que desemboca en otra calle que antes estaba más al norte. Es por esto que no existen planos callejeros del barrio viejo. Y es por esto que muy pocos de los que han entrado en el han conseguido salir. El barrio viejo es el epicentro de la magia en la Ciudad del Olvido. Un sin fin de objetos misteriosos se esconden allí y según dicen, tienen grandes beneficios para aquellos que los encuentran. Algunos de estos objetos se encuentran en las manos de los habitantes del barrio, y otros se encuentran diseminados por los viejos edificios ahora en ruinas y que ayer fueron prósperas fábricas de fuentidolxod, el preciado líquido que se utilizaba para engrasar las máquinas encargadas de construir el armamento militar que en el pasado hiciera famosa en el reino a la Ciudad del Olvido.

Nadie sabe como los habitantes de entonces conseguían entrar en el barrio viejo para suministrarse de fuentidolxod. Algunos opinan que los mismos habitantes del barrio depositaban grandes cantidades del líquido en containers de metal que dejaban en las entradas del barrio, y que cuando había suerte y los comerciantes del resto de zonas de la ciudad estaban en el lugar adecuado, es decir, en la posición exacta en la que los containers aparecían, estos podían vaciar el contenido de los depósitos en carromatos o vehículos y transportarlos a las fábricas. Pero claro, esto debía hacerse en una hora, pues de lo contrario los containers desaparecían y volvían a aparecer en otro lugar, siendo necesarios más comerciantes de los que había en la ciudad.

Son dos los tipos de personas que se aventuran en el barrio viejo: los que buscan algo y los que se olvidan de vivir. Los primeros suelen ser aventureros sin miedo a perderse en sus calles o enamorados que buscan algún elixir para conquistar el objeto de su amor. Los segundos son aquellos que entristecen sus vidas con el olvido. No les importa el futuro, ni el presente. Estos personajes suelen vivir vidas tristes y solitarias que un buen día olvidan su nombre y a sus seres queridos (si es que les quedan) y como sonámbulos acuden en la noche de la ciudad a la avenida “De los olvidados”, que no es sino la calle donde comienza el barrio viejo. Aunque como ya he dicho anteriormente, el problema del barrio viejo es que cada hora sus calles cambian de lugar, así que nadie puede saber a ciencia cierta donde está la avenida De los olvidados. Solo aquellos que pierden las ganas de vivir se acercan como sonámbulos hasta su entrada sin temor a equivocarse. La avenida de “Los monstruos de la razón”, la calle de “Buñuel” y la calle “Del perdón” son las otras avenidas que, como lúgubres fronteras, cierran el viejo barrio.

Hace 33 años un aventurero llamado Salvador Livingston consiguió salir del barrio viejo. O al menos eso dijo él pues nadie lo vio entrar ni salir. Un buen día un policía del “barrio nuevo” lo encontró durmiendo en la calle. Tras comprobar que no estaba borracho y que no tenía documentación lo llevó a comisaría para ser interrogado. Hasta entonces nada se sabía del barrio viejo, pues la poca documentación que existía se había quemado en un incendio. Salvador Livingston contó cosas increíbles que provocaron carcajadas en los policías que allí estaban. Solo cuando el hombre dijo haber entrado en el barrio viejo por orden del señor Gómez (un rico coleccionista de objetos antiguos de la zona oeste de la Ciudad del Olvido) y tras la pertinente confirmación hablando con tal señor, los policías comenzaron a creer lo que Salvador les contaba:

-Los servicios municipales del barrio están llevados todos por la misma persona: el cartero, la policía, el barrendero… todos tenían el mismo rostro – contaba el hombre – no existen hospitales y la gente duerme de día pues tienen miedo a que la muerte los sorprenda de noche-.

Contó a los atónitos policías como conoció a madame Butterfly, que regentaba el único prostíbulo del barrio viejo. Lo que le ocurrió en el hotel Adalí, cuyo nombre se debía a un famoso pintor nacido y muerto en el barrio y cuyas obras se encontraban colgadas en muchas fachadas. Como el “hombre sin nombre” le intentó robar su personalidad para intentar salir del barrio viejo antes que él y así quedarse con su vida. Como conoció al conde Nostromus, un viejo vampiro que llevaba más de 300 años viviendo en el barrio y que todavía no había conseguido salir, y que sobrevivía alimentándose de la sangre de las ratas que encontraba en las alcantarillas. O como conoció al viejo capitán Flores, un antiguo aventurero argentino que había recorrido el mundo entero y que cansado de tanto viajar deseaba acabar sus días en aquel barrio, y que intentando dejar una gran obra a su nombre para la posteridad, llevaba dos años intentando dibujar el plano del barrio… Todos ellos no eran sino un grano de arena en el barrio viejo donde dejaban pasar sus vidas muchos más personajes curiosos que habitaban los edificios, algunos de ellos ruinosos, que se multiplicaban por las estrechas calles del viejo barrio. Livingston aseguraba que en el centro del barrio se levantaba la biblioteca, donde siempre según él, dormitaban cientos de libros bañados en polvo y que no eran sino novelas cuyos títulos jamás había escuchado: “El viejo Casíndromo y los papeles que borraban las canas”, “La avutarda vespertina y el joven gladiador” o “El espejo y el espacio, dos secretos bien guardados”, eran algunas de las novelas que Livingston había podido ojear. Además y según narró a los policías, todas ellas estaban escritas por el mismo autor, un tal Eusebius Moebius Poncela. Incluso el encargado de la biblioteca le confesó un día que la mayoría de aquellos libros tenían poderes ocultos y que en las manos idóneas se podía crear magia con ellos. -Magia o conceder un deseo – le aclaró el bibliotecario.

-Cada uno de estos libros está dedicado a alguien. El nombre de esa persona figura al principio de la obra… mire mire, este por ejemplo “La golondrina pastora” está dedicado a un tal Bruno Fernández. Lástima que nadie aquí en el barrio se llame así, y mire que me he mirado casi todos los libros que hay, pero ninguno está dedicado a alguien del barrio… es extraño, como si los habitantes del barrio hubiesen cambiado de repente sus nombres o antiguos moradores se hubiesen marchado sin dejar rastro...


Este es un extracto de una de las ambientaciones


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